jueves, 29 de abril de 2010

Critica de Bonpland Karenin


“Hace casi una hora llegué a casa... Fui a ver una obra de teatro con una amiga.Una obra "no comercial" me refiero a que no está sobre la Av. Corrientes, con increíbles carteles y gente "famosa". No. Es más del estilo "Off" o "Teatro independiente"... Donde sí, quizás se juega un poco más con las actuaciones, con la puesta en escena, con el experimento. Debo confesar que los primeros ¿15/20 minutos? mucho no entendía. Se lo dije en voz bajita a mi amiga y con una risita, me confirmó que ella estaba tan a la deriva como yo. Muchos juegos de luces, sonidos, movimientos, diálogos colgados que no lograba unir para darle forma a la trama... si es que la había.”
El comentario que “Blackbird” registra en una entrada de su blog (dejatellevardejaloser.blogspot.com) parece condensar lo que hasta los espectadores más advertidos podrían decir luego de asistir a una función de Ya no contagio. Obra de teatro de Ezequiel de Almeida, la segunda después de Madre o selva, que se re-estrena desde abril en el Teatro Payró.
La pieza sorprende al espectador desde varios flancos a la vez. Se trata de una narrativa en línea con la ciencia ficción, que pone en juego algunos motivos típicos, como los desarrollos tecnológicos (la casa donde habitan los personajes se comporta como una PC gigante que todo lo registra) y la paranoia propia del género en los años ‘50 (en correspondencia con la contemporánea capacidad de ser “espiados” por cámaras y rateados según el interés de la audiencia). Esta estrategia nos compromete a todos como espectadores que están a la vez dentro y fuera de la obra, y esa interpelación nos conmociona aunque al principio no entendamos bien qué se espera de nosotros. Los efectos visuales y los recursos sonoros exaltan el ambiente futurista que se quiere lograr. Es innegable que se le dedican muchos momentos y cortes/suspensiones descriptivas al despliegue de estos elementos “fuertes” de la puesta en escena.

Erótica y tabú

Si desde algún lugar esta obra puede provocar, incomodar o generar sentimientos encontrados será a partir de las escenas “hot” que, desde que se enciende la luz por primera vez, asaltarán al espectador y pondrán en evidencia su condición de voyeur involuntario (y entonces, ¿qué pasa si decido quedarme a mirar?).

Cuatro chicas en ropa interior, pero con zapatillas, que se intercambian sus culottes al tiempo que exhiben sus saludables glúteos divagan y miran videos de fiestas pasadas. Lío, el único habitante masculino de la casa, un chico muy moderno, toma notas mentales mediante un dispositivo adherido a su muñeca. La casa tiene una voz y una memoria que puede ser invocada con sólo dirigirse a ella.

Los encuentros entre ellas se suceden, parece que es fácil acercarse y besarse, acariciarse y exhibir el cuerpo propio y de otras. A veces, es una luz que baña a la joven que baila y mira tentando al espectador. Otras, la escena parece cerrada en sí misma, la luz muestra lo que no podemos alcanzar más que con la vista. Es una erótica histérica y a la vez tierna, como si fuera producto de la costumbre más que de la pasión.
A mitad de la representación se produce un cambio en el discurso que hasta ese momento era poco más que descriptivo. De hecho, se podría decir que la obra no tiene más que un punto catalítico a partir del cual se da una reacción en cadena y donde cada uno de los personajes ejecuta su papel sometido por la inercia del desenfreno festivo. Aparece un sexto personaje, Tilo, un borde hermano de una de las chicas que entra a la casa para seducir a Lisa. Tiene que hacerlo para disuadirla de enamorar al Padre (aunque esta función no se la dijeron). Es decir, sexo entre chicas y chicos todo mezcladito está bien, pero con mi papá no te metas.
Y es acá donde percibimos el tabú cultural, que a primera vista no tenía lugar en este mundo desinhibido. En este mismo sentido, podremos llegar a sentir que la tensión erótica que se genera entre Tilo y su hermana es más inquietante (porque el tabú del incesto la torna imposible) que cualquier besuqueo lésbico que hayamos visto.

Se va la segunda

Había comentado al comienzo de esta nota que se trata de la segunda obra de Ezequiel de Almeida, dramaturgo y director. De Almeida estrenó en 2008 su primera pieza, Madre o selva, la cual escribió, dirigió y protagonizó. En aquella ocasión observamos por primera vez que su narrativa estaba influida por el espíritu posmoderno de algunos directores de cine orientales de esta última década y por novelistas como Michel Houellebecq. Como en los casos mencionados, en sus obras se produce una mezcla de géneros muy fecunda y la sensación que le queda al receptor es una especie de desencanto, un pesimismo eufórico que se va quedando afónico.
Madre o selva tiene el anclaje en la relación con la Madre, que se presenta como un contrapunto de cierre a la salvaje y alucinatoria relación entre los hermanos, su padre, la mujer joven, la mujer mayor y Wally.
En Ya no contagio no parece haber un “afuera” de las relaciones circulares que se presente como deseable. Hay reemplazos, sustitutos y guionados que podemos reconocer en las preguntas que realiza constantemente el visitante quien, como nosotros, entra desprevenido en el juego escénico sin saber cuál pueda ser su función ni tampoco la de los habitantes de esta casa. La obra se cierra en la repetición gozosa de un infierno erótico-musical.

Ya no contagio, escrita y dirigida por Ezequiel de Almeida

Julia Bujman, Cumelén Sanz, Agustina Bártoli, Carolina Sturla, Martín Soler, Federico Di iorio

Viernes, 23hs.

Teatro Payró, San Martín 766

Fuente: http://bonplandk.blogspot.com/2010/04/ya-no-contagio-segunda-temporada.html

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